Los cuadros del museo

Un cineasta, sin idea de qué película haría, filmó durante meses la construcción de un esqueleto de cemento que se erige en Usatama, un barrio de la capital colombiana
donde lo criaron sus abuelos. Lo que parece un brutal mausoleo, es la construcción del Museo de memoria de Colombia.

Borges decía que enamorarse es producir una mitología privada. Un mito, se basa en algo que ya no está. Es un relato para entender lo perdido. Cuando Myranda, su
pareja, se separa de él sin decir adiós, decide revisitar estas imágenes un año después de haberlas filmado, ante el miedo de caer en una vieja herida de la memoria familiar:
olvidar a quienes nos han lastimado. Simultáneamente, sus abuelos empiezan a padecer precipitados signos de vejez, su cuerpo enferma. Ellos se han encargado de transmitirle la historia del país. Así como Myranda -quien también vive en Usatama- se ha encargado de devolverle fragmentos de su infancia a partir de caminatas por el barrio durante años. Ante la inminente desaparición de sus presencias — junto a la capacidad de permitirle construir su memoria — y el Museo, hace una película para (re)construir su mitología personal ante una duda que la pone en crisis: ¿Puede algo desaparecer sin rastro antes de existir?

En un gesto de montaje sobre las imágenes de la construcción, mientras pasan los días y la obra no avanza, el paisaje que rodea al edificio revive recuerdos de su memoria personal: El hospital en el que falleció su bisabuelo, de quien su único recuerdo no sabe si es un sueño. Rastros de movilizaciones sociales en las que participaba con Myranda. Esto detona la recopilación (voluntaria e involuntaria ) de historias, palabras, lugares, archivos e imágenes de la memoria personal y familiar que develan la memoria nacional: El desplazamiento de su familia por la guerra, una abuela ausente en otro país, un abuelo revolucionario; los edificios y calles de su infancia, la cámara familiar de Myranda con que la filmó la película, su voz de fondo en las imágenes de la construcción, su abrupta partida, la vez que la engaño; las arrugas de sus abuelos, imágenes médicas de sus cirugías, sus gestos memorables, las fotografías familiares con rostros y cuerpos eliminados por recortes; el Museo abandonado a medio hacer, su curaduría huérfana, el único propósito de que sea para las victimas de la guerra, la posibilidad de que colapse por el concreto defectuoso del que está hecho; su búsqueda fallida de archivos de prensa que hablen sobre la existencia de este edificio.

Estos fragmentos de una memoria estancada en los escombros de una herida, son removidos de sus ruinas al reflexionar sobre la complejidad de nuestra relación con los otros, la responsabilidad que tenemos en los hechos dolorosos de nuestra vida y las posiblidades de construir un porvenir más esperanzador, dando cuenta que aquel Museo, quizás no tiene que ser construido.

¿Cómo curar una memoria? Ante un mundo donde parece imposible construirla, esta película delinea el trayecto hasta el lugar más adecuado para hacerlo: El límite con el olvido.