RAGAZZI AL FIUME

Ahmad (18), Farad (17) y Vahid (16), tres jóvenes refugiados de origen Afgano, se internan en un apacible río al sur de los Alpes durante las vacaciones escolares. Ahmad conoce este río, en el que venía a buscar serenidad cuando acababa de llegar a Suiza, hace tres años, después de un largo y doloroso viaje solitario.

En este esplendido paisaje, él es el conocedor y el guía de sus dos nuevos amigos. En sus conversaciones, se percibe la diversidad que reside en ellos, en sus diferencias de origen, de cultura y de historias de vida, a pesar de provenir los tres de un mismo país.

En en una impresionante piscina natural, se bañan en ropa interior y se divierten como locos. El agua fría que baja de la montaña los refresca, vigoriza y purifica. Comen manzanas. Se acuestan en las rocas para secarse al sol. Duermen. Ahmad, con su energía inagotable y su curiosidad, deambula por el bosque.

A la sombra de los carpes, Ahmad se encuentra con Koulibaly (16), un joven guineano que, como ellos, busca asilo en Suiza, pero llegó hace solo dos meses y se encuentra en un momento muy difícil. Mezclando inglés, francés e italiano, se las arreglan para explicarse y entenderse.

Koulibaly le cuenta que acaba de ser sometido a una serie de pericias médicas dudosas que apuntan a elucidar su verdadera edad. Las autoridades sospechan que Koulibaly miente y tiene la impresión de que su solicitud de asilo será rechazada. Lamenta haber arriesgado la vida a cambio del misero trato que recibió desde que tocó suelo europeo. Europa… no es el paraíso que le prometieron.

Ahmad lo alienta para que no se desanime y lo invita a tener paciencia. Le asegura que tarde o temprano, logrará él también conseguir un permiso de refugiado en el lugar adecuado. Lo invita también a quedarse con él y sus amigos haciendo camping, para descansar del campo de refugiados, sobrecargado de jóvenes en situaciones semejantes. Pero Koulibaly no puede, le toca respetar cada noche el toque de queda de las 6 para evitar ser expulsado de manera por demás precoz.

Los días pasan y, cada día, Ahmad y sus amigos van conociendo otros jóvenes que acaban de llegar, huyendo de conflictos armados, y comparten sus historias y sus sentimientos, profundamente marcados por la guerra, el exilio y las dificultades del viaje hacia El Dorado europeo. Los días pasan, pero Koulibaly no vuelve. Habrá decidido desaparecer de los radares de la migra suiza para probar su suerte en un país vecino ?

Con una horqueta y una cinta de goma, Farad fabrica una honda. Al atardecer, se adentra en el bosque y derriba del primer tiro una codorniz. Y una segunda. Y una tercera. Tres codornices que cocinan en una enorme hoguera. Una hoguera que ilumina sus rostros en la noche. Cada cual esboza con palabras el futuro que les gusta imaginar. Y cada cual expresa la incertidumbre que domina la condición de ser refugiados. Dios proveerá. O más bien, Allah. Por el momento, no es poco encontrarse entre amigos y pasar un buen momento. Y entre amigos, se quedan dormidos, en la profundidad del bosque.

A la mañana siguiente, el bosque está vacío. Y está vacío el río. De Ahmad, Farad, Vahid, Koulibaly y los otros chicos, no queda el menor rastro físico. Pero quedan sus rostros y sus historias, impregnados en la memoria de quien fue testigo.